sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 1


Los rayos del sol naciente, anaranjeaban el horizonte de un mar calmo. De esos amaneceres que  extasían con la belleza del clarear del alba y el despertar del sol, en la unión del cielo y el mar. Mientras cruza la imagen una potente lancha de pesca que recorría lentamente el espejo de agua, navegando a baja velocidad.                                                                                                                                
   Los marinos se desplazaban en la cubierta, cada cual cumpliendo su labor, con rostro serios que revelan la concentración de que todos estaban envueltos para que todo salga bien. No había bromas, ni sonrisas.
El capitán al timón de su nave, “La Piedad”, estaba pendiente de la radio con el trasmisor abierto. Tras sus gafas espejadas vigilaba que todo se hiciese según sus órdenes. Su piel estaba cobriza y seca de tantos años de exponerse a los rayos de sol de mar del Atlántico.
   No sabía el por que de tantas especificaciones para atrapar un ejemplar de delfín, pero eso no le incumbía. Solo le importaba que le pagaran bien,  eso lo sacaría del apuro económico en que es encontraba y no perdería su preciosa lancha.
   El tiempo pasaba lentamente; y más para el Capitán que por dentro estaba ansioso esperando la llamada que le diera la ansiada señal afirmativa. Esto lo obligaba a tener lo que todo pescador ha de tener; paciencia.
   De pronto la radio sonó:
   – ¡Aquí “Zorro del Aire” a nave “La Piedad”! , cambio.
   El Capitán tomó el micrófono de un zarpazo, y respondió con su voz ronca:
    – Aquí “La Piedad” contestando. Informa, Carlos. ¿Tenéis ya las coordenadas? Cambio.
   Carlos era el piloto del aeródromo de la isla, colaboraba en todas las búsquedas de salvamento, de turismo y localización que se hacían en la zona. Conocía desde hace tiempo al Capitán y lo respetaba por lo profesional que era. Manejaba un Piper Comanche con tren de aterrizaje con flotadores; y desde allí le contestaba:
  – Creó que sí. Tengo a la vista una manada que encuadra con la descripción.  Se encuentran a una hora de vosotros.
   – Muy bien Carlos, cerciórate. Recuerda que si nos equivocamos no habrá paga para nadie. Cambio.
   – Correcto. Dentro de un momento se lo confirmo, Capitán. Cambio y fuera.
   El Piper que pilotaba Carlos, lo tenía volando estabilizado a 300 metros de altura, con lo cual vigilaba un gran sector. Para comprobar las especificaciones debía descender, ya que solo se apreciaba las siluetas y la manera inconfundible de desplazarse de los cetáceos. Empujó el manubrio de mandos y el avión empezó a descender con un amplio círculo de vuelo ladeando el ala y acercándose hacia la superficie del mar.
   Su mente se adelantaba a repasar los detalles específicos que le dieron de la manada que debía localizar:
    …Son cuatro delfines sopladores, uno de los cuales es una cría… La mejor referencia para la localización desde el aire. Pues que dijeran que dos son machos y una hembra, no sirve de mucho a alguien que no es experto. Él se decía que no los distinguiría unos de otros, aunque los tuviese a los pies. Y que poco le valía los datos mas superfluos que le dieron, como que el mayor tiene una mancha blanca en la aleta dorsal y cicatrices en su lomo, que el otro más pequeño, tiene cortada la aleta caudal, como si hubiera escapado entre los dientes de un tiburón. Si le valía, saber que son los más grandes dentro de la familia de delfínidos, y que eso mejoraba la posibilidad de apreciación.
   La manada se desplazaba nadando sincronizadamente en busca de alimentos. Hasta ese instante no se habían hecho ningún cambio en su ritmo de desplazamiento, pero al momento de sentir el rugir del avión aproximarse, se inquietaron y nadaron con mayor velocidad.
   El avión hizo un vuelo rasante al agua desde el Este; para que el sol no le dificulte la visión a Carlos pero sí a los cetáceos. Luego se elevó otra vez ladeando el aparato y dando todo un giro de trescientos ochenta grados, volvió entonces desde la retaguardia para colocarse en paralelo a ellos. Así se dio cuenta, que efectivamente, uno de los integrantes era una cría. El cual nadaba con la misma perfección que los mayores.

   Carlos se decía:
   …Es increíble pensar que estos animales no son peces… Pero lo mejor es que son los que busco.
   La radio de “La piedad” volvió a receptar con claridad.
   – Aquí “Zorro del Aire” a nave pesquera. Cambio.
   El Capitán al instante devolvía la llamada.
   – Si, Carlos … Tienes la confirmación del objetivo. Cambio.
   – Confirmado. Vuestro objetivo se encuentra al sureste de su localización. En coordenadas 30º  27`Lat. Norte, 15º long Oeste. Cambio.
   Satisfecho por la información, el Capitán le respondía:
  – Muy bien Carlos, tu misión ya está cumplida. Ahora nos toca a nosotros. Cambio. 
  – Bien, me retiro de la zona. Y le deseo buena pesca, Capitán. Cambio y fuera.
   El avión viró y comenzó a ascender para volver al aeródromo.
   El capitán giró su cabeza hacia los marineros y les gritó:
   –  ¡Muchachos! ¡Preparados que vamos a faenar!
   Luego tiró hacia atrás del acelerador de la lancha, que respondía con un gran rugir acompañado del bullir de las aguas en las hélices.
   Un marino entró en la cabina y se dirigió a coger unos prismáticos. Era Fredy, el vigía de la nave.
   – Capitán. ¿Cuánto tiempo tenemos para avistarlos?
   – Estése preparado en 40 minutos. Ya sabéis que el sonar no sirve viajando a está velocidad.
   – Lo sé, Capitán. La mejor tecnología son mis ojos, junto a su olfato de viejo lobo de mar.
   – Saca lo de viejo. Y mantente atento cuando los veas, pues en el momento de que se den cuenta que vamos tras de ellos, seguro que tratarán de complicarnos la faena.
   Aparte del Capitán y Fredy, cuatro marineros se movían sobre la cubierta en medio de un vendaval generado por la velocidad a la que se desplazaban. Todos eran ágiles y expertos pescadores, que se movían con estabilidad a pesar del vaivén y los resaltos de lancha.
   Uno se estaba vistiendo con un traje de buceo de neopreno, otro revisaba la malla de una red, otro estaba bajo cubierta revisando los motores. Y el último, llevaba una caja negra hacia la proa.
   Fredy, que sabía que aún le quedaba unos minutos de espera, le preguntó al Capitán, detalles que intrigaban en su mente acerca de su caza:
   – Capitán, ¿Quién es esa mujer que nos ha contratado?
   – Realmente no estoy enterado. Solo se que el Banco me ha dado fe de que está en posibilidad de pagar. Se presentó como bióloga marina… Tal vez, pertenezca al acuario de la isla.
   Fredy le respondió con seguridad:
   – No, Capitán. Yo conozco a todos los que allí trabajan, y nunca la vi o escuche comentarios sobre una nueva bióloga.
      El Capitán  tenía la vista hacia la proa de la nave y le contestaba sin mirarlo:
   – Bueno. A mí nada más me importa que podamos entregar el encargo y que pague.
   – En eso jefe, usted tiene la razón del mundo.
    Y el Capitán sin hablar, hizo un gesto de silencio con el índice y luego levanto su brazo indicando que ya era hora de dejar de hablar, y que subiera al atalaya de la lancha.
   En proa, el marino de la maleta negra, la apoyó en la cubierta y la abrió destrabando dos cerraduras cromadas. En ella se escondían las partes de un rifle cuidadosamente guardado, cual instrumento musical de un concertista, y presentado en exquisito orden. Había dos pequeñas bombonas de bronce, el cañón, la culata, la mira telescópica y una serie de dardos con penachos.
Éste fue tomando las partes y ensamblándolas, hasta que estuvo listo un rifle de gas comprimido. Por último, fue cargando los dardos y luego se quedo sentado en una butaca con apariencia de ser el hombre más tranquilo de la tripulación.      
   Habían pasado más de tres cuartos de hora y Fredy, pegado a sus binoculares, escudriñaba el horizonte.
   El sol daba en ocasiones de frente, a no ser por el diestro Capitán que llevaba la nave zigzagueando para atenuar los efectos de los reflejos y acompañar la labor de Fredy. Los binoculares eran de última generación, tenían filtros y aumentos digitales, que a veces no eran suficientes ante los refulgores de un sol que ha aumentado su intensidad debido a la disminución de la capa de ozono.

    De pronto, aparecieron a la vista de Fredy, cuatro aletas asomando a flor de agua. Tomó el intercomunicador, y habló a la cabina:
   – Capitán, ¡Los delfines! Se encuentran a diez grados a estribor.
     Éste inmediatamente giro el timón en la dirección recibida, enfilando hacia ellos. La manada se hallaba nadando lentamente pero al instante de sentir el cambio de la embarcación, ellos imprimieron más velocidad a sus cuerpos. Ellos que suelen acercarse a embarcaciones para curiosear o jugar, ahora se sentían nerviosos o precavidos.
     El Capitán tomó el micrófono de un altoparlante y habló al tirador de popa que se ubique en posición. Éste levanto el rifle y lo acomodó a la baranda, parapetado con el ojo en la mira.

     Nadando con ímpetu, los delfines se transformaron en verdaderos torpedos vivos, en el cual todos los miembros de la manada huían con la desesperación de sentirse presa. El delfín de mayor tamaño dirigía al resto, nadando por delante del grupo, unos metros.
     La lancha pesquera cortaba el agua como un arado y los seguía como un misil inteligente. La proa era como una mira en manos del Capitán.
    Ya navegaban en paralelo a la manada. 
    La mira del tirador ya se centraba sobre el delfín mayor. Este hombre casi ni pestañaba para no perder detalle, y su cuerpo se acomodaba instintivamente al vaivén de la nave . Su dedo ya empezaba a ceñirse sobre el gatillo. Pero, ¡OH sorpresa!, los delfines se sumergieron y no reaparecieron más.
   Todos los tripulantes de la nave estiraron sus cuellos y atisbaban a ver si los veían.
   Fredy desde su torre de observación apretaba sus labios y después exclamó:
  –  ¡Me lleve el diablo!
   Inmediatamente se puso a escudriñar el ancho océano a igual que todos los demás, pero con el doble de responsabilidad. Pasaron 5 minutos sin que ninguno apareciera.
    A lo que el Capitán disminuyó los motores de “La Piedad” y conectó el sonar, que casi inmediatamente dibujó a los integrantes de la manada a unos doscientos metros tras la popa.
   Rabioso el Capitán exclamó:
   – ¡Los desgraciados me querían fastidiar!, ¡Ya lo veremos!
    Por el altavoz avisaba al resto de su tripulación que la presa se encontraba atrás de ellos, mientras ponía en marcha los motores y  girando se lanzaba nuevamente a perseguirlos.
   Tardaron unos segundos en reacomodarse a la nueva situación, pero la lancha tenía potencia de sobra. La manada reaparecía al sentirse descubiertos y volvía a ser alcanzada a pesar de que maniobraron haciendo giros y cambios de dirección. Pero la lancha les seguía las aletas; implacable.
   De repente, los delfines usaron la misma táctica de desaparecer bajo el mar.
  Y ya conociendo este modo de actuar, el Capitán desaceleró, apagó los motores y encendió el sonar.
  Esta vez, estaban delante de la nave. Casi quietos en la profundidad, reunidos en ronda, como en coloquio familiar.
  El Capitán observaba la pantalla del sonar cuando el grupo se dividió, uno yendo hacia delante y los otros en inmersión hacia atrás.
  El Capitán aviso a sus marineros de este movimiento, y que tratasen de identificar al macho mayor, haber por donde aparecía. Aunque no hizo ninguna falta, pues a proa y con gran estruendo, salía de las profundidades saltando el brioso delfín .Y mientras evolucionaba en el aire daba un chillido, hacia una voltereta cayendo con gran estrépito al mar y levantando una cortina de agua; para después lanzarse a nadar velozmente. Era como una invitación a que lo siguiesen.
  La lancha volvía a rugir y enfilaba tras el cetáceo macho, que por momentos daba la impresión de inalcanzable. 
Todos se olvidaron del resto de la manada, excepto el Capitán que murmuraba para sí:
– Cierto es, que eres inteligente, proteges a tú familia… ¿no? Pero tú no te 
   me escapas.
Pronto, nave y delfín estuvieron codo a codo. En una loca carrera sin meta.          
  El tirador esta vez lo tenía en la mira; y apretó el gatillo sin mas.
  El dardo disparado se le clavó en la raíz de la aleta dorsal. Y un estremecimiento corrió por la piel del animal, que girando su dirección fue rebasado por la lancha pesquera y pronto desaceleró su manera de nadar.
  Fredy llamo a la cabina y anunció:
 –  ¡Vuelva Capitán!, ¡Ya lo tenemos!
   Cuando la lancha regresó hasta donde el delfín. Este nadaba lentamente, el tranquilizante hizo su trabajo en el animal que encontraba soporizado.
   El buzo se terminó de vestir ajustándose las antiparras con tubo, y se arrojó al mar, casi al mismo tiempo que una red caía de la lancha al delfín. El buzo se sumergió en las cristalinas aguas azules en busca de los extremos de la red, que terminaba en cuatro argollas. Y que uniéndolas a todas las enganchó al gancho de 
                                                                      
la grúa de la lancha; en medio de un millón de burbujas que cada vez más dificultaban su labor. Luego emergió y agitó su brazo sobre el agua, en señal para que eleven al delfín. Lo subieron con cuidado a la embarcación y lo depositaron sobre una camilla de lona, que se adaptaba a la forma del delfín. Para luego quitar la malla de la red.
   El cetáceo apresado emitía un silbido casi imperceptible. Tal vez se despedía de su familia o se preguntaba: ¿por qué?
    El Capitán se acercó a sus pescadores que atendían a la presa y le llamó la atención brillo sobre este. Era una placa metálica que tenía prendida a su aleta dorsal, a lo que dijo el Capitán:
  – Parece que a nuestro amigo no es la primera vez que lo capturan.
   Y Fredy que estaba a cerca , razonó:
  – Por eso se apartó de la manada. ¿No es cierto?
   – Sí, es cierto. Sabia que íbamos por él...Bueno, es hora de entregar nuestra pesca. Vamos a casa.
   Dicho esto el Capitán volvió a su cabina y encendió los motores. La tripulación guardaba sus redes ,  se ocupaban de fijar los extremos de la grúas y bárrales. También se ocuparon de cubrir con mantas al delfín y tirarle baldes de agua para hidratarlo y evitar que los rayos del sol lo maten o causase daños en su piel. Todos se encaraban de esto, y más de uno se fotografió a su lado, orgulloso cual trofeo de caza.
   Atrás quedaba la familia delfín lanzando tristes chillidos, que retumbaron a cientos de millas, pero que los humanos no oyeron; mientras la nave se alejaba.
     Ya en puerto, atracaron asegurando las amarras de la embarcación y bajaron el puente.
     Abajo ,en el muelle,  esperaba una ambulancia con sus luces parpadeando. Del que se apearon dos hombres vestidos de blanco, como enfermeros, y una mujer rubia de traje azul con zapatos de charol negros y  con  unas gafas oscuras. Ella parecía ser la jefa. 
   En la cubierta de la nave, el delfín salía de su letargo, pues su válvula respiratoria se movía más deprisa, por lo cual el efecto del tranquilizante se advertía que cedía. Le seguían remojando mantas húmedas sobre su cuerpo, con lo cual lo tenían bien fresco y a salvo del sol.
   El Capitán bajo al muelle y se entrevistó con la mujer. Y le dijo:
   – Le tenemos el encargo, Doctora. Espero que me tenga preparado el cheque con la cantidad que acordamos – mientras se quitaba las gafas espejadas y las guardaba en el bolsillo superior de su camisa.
    La mujer respondía:
   – Primero debo ver al ejemplar que ha traído – y dirigiéndose a los enfermeros que le acompañaban, ordenó:
   –  ¡Por favor, muchachos, ayuden a bajar al delfín!
     Y los enfermeros subieron a la nave y en conjunto a dos marineros alzaron la camilla, en la que reposaba el delfín.
    –  ¡Fuerza!– dirigía Fredy – ¡Muévanlo despacio!
La camilla fue calzada en un soporte con ruedas que permitieron transportar con mayor facilidad al cetáceo, que superaba los doscientos kilos. Lo bajaron por la rambla hasta donde se encontraba la mujer. Esta se acercó al borde de la camilla y lo observo bien. Lo estudio detenidamente al delfín, de piel suave brilloso en gris azulado que dejaba entrever su poderosa musculatura. De ojos grandes, negros y saltones que refulgían en su cabeza fusiforme y la característica extraña sonrisa de esta especie de animal.
    Por fin y mirando a la placa metálica de identificación dijo:
    –  ¡Hola amigo! Nos volvemos a encontrar.
   La Doctora Luisa Brosky acarició la cabeza del ejemplar. Ella no era Bióloga marina, como pensó el Capitán, sino una Científica Neuróloga. Y prefería mantenerlo así y no dar más explicaciones, al estar implicada en proyectos secretos del Gobierno. Así que ya era tiempo de concluir con su trato y le dijo a su interlocutor:
– Magnífico Capitán, aquí tiene su cheque … Me llevo el ejemplar.
    Solo los ojos del Capitán expresaron un instante de satisfacción en la lectura que luego levanto su brazo enseñándolo a su tripulación.
    Al delfín lo introdujeron dentro la parte posterior de la ambulancia plegando las patas de la camilla y cerraron sus puertas.
   La Dra. Brosky  saco del bolsillo de su saco azul un móvil por el cual llamó y habló con alguien. Luego subió a la cabina de la ambulancia y partieron rápidamente con la sirena encendida. 



                                

                                


Capítulo 2


     La ambulancia a toda velocidad cruzó toda la ciudad de la isla; los rascacielos y el bullicio de la orbe, hasta que se trasformó en una larga carretera por el rodar de las ruedas. Los árboles lindantes parecían pasar veloces; pero era una ilusión óptica al paso del bólido.
    Por fin tras una hora de viaje frenaron ante el portón de acceso de la base militar. De la casilla de vigilancia se acercó un uniformado de azul; con gorro, cinturón y cartuchera de color blanco. Luego de observar a los ocupantes de la ambulancia y sus identificaciones, que ya estaban sujetas y colgaban en sus pechos, les dio paso e hizo una seña a un compañero que desde dentro de la casilla , levanto la barrera y les abrió portón.
    Raudamente prosiguieron hacía un gran edificio del complejo y se frenaron en seco ante su escalinata de entrada.
    Las puertas de vidrio del edificio se abrieron; apareciendo dos enfermeros más desde su interior, que venían a ayudar a los que bajaban de la ambulancia. Entre los cuatro bajaron la camilla con el delfín, desplegando sus ruedas retractiles.
    La Doctora Brosky se acercó al delfín y le dijo con una caricia:
    – Ahora Amigo, contribuirás a la ciencia.
     Luego dio la orden a los enfermeros:
     –  ¡Súbanlo y prepárenlo para la intervención!
     Ellos subieron la camilla por la rampa y las puertas de vidrio se abrieron automáticamente. Pasaron casi corriendo frente a un guardia interno que los miró. Y luego se internaron en pasillos interminables, ascensores y puertas.
  Todo bien iluminado de fluorescentes y con señales luminosas, que al delfín le confundiría tanto igual que a nosotros. Los cuatro enfermeros corrían cual emergencia en un hospital y el delfín volaba como un misil con ruedas.
    La Doctora Brosky los seguía detrás. Caminaba con pasos tranquilos y seguros, esta forma de ser le ayudaba a tomar concentración. Y pronto su rostro se mostraba sin gestos y seria. Era hora de probar sus teorías, sus esfuerzos y pruebas que le llevaron a rivalizar con los más prominentes genios de su país. Era hora de demostrar a todos, que ella era la mejor a pesar de las dificultades y descréditos de sus colegas. Era la hora de montar su espectáculo y no fallar por miedo o timidez. Ella era la que controlaba sus emociones y todo lo haría como la profesional que era. Por primera vez tendría ojos inquisidores en su nuca pero ella se decía que no le importaría  porque solo importaba: “El experimento”.
   Ella entró en una puerta, era un vestuario, y se comenzó a desvestir para cambiarse de indumentaria. Se colocó un traje blanco con gorro, mascarilla y guantes. Luego paso a otra sección cruzando una puerta de vidrio, donde había colgado otros trajes de material plástico de color amarillo. Ella fue,  tomó uno de un colgador y se lo colocó.
    Al delfín lo ingresaron a una gran sala recubierta de azulejos blancos que tenía dos mesas con unas extrañas cajas a modo de sarcófagos. Una, la menor, estaba cubierta. La mayor estaba con la tapa capsular levantada la cual dejaba ver una estructura metálica con forma cuboidal lleno de componentes  electrónicos centellantes y una base con el dibujo de la silueta de un delfín. 
   En el techo de esa sala, aparte de haber un sistemas de lámparas de iluminación, pendían de aquel unos tubos concéntricos metálicos cuyo extremos terminaban en dos esferas de color aluminio con luces titilando en su mitad superior, que eran parte del instrumental de una sala de cirugía pero con características nunca vistas. 
  Los dos enfermeros que conducían la ambulancia junto a otros ayudantes  subieron al delfín a la base donde estaba la silueta y se retiraron llevándose la camilla.
  Mientras que otros enfermeros que entraban y se quedaban a cargo del cetáceo. Lo aseguraron con cinturones que rodeaban la silueta del delfín y que coincidía exactamente con el ejemplar.
   Uno de ellos se dedicaba a untar la piel del delfín con un líquido desinfectante y el otro se ocupó de conectar electrodos en la cabeza y cuerpo del animal. Los cables  salían del fondo de la caja metálica.
   Terminando estás tareas, también estos se retiraron por la puerta metálica y sellaron la sala herméticamente cosa se anunciaba por un altavoz .
  Por una puerta interna con manga plástica, apareció la doctora con dos ayudantes. Vestían los trajes plásticos amarillos, con capuchas y vísceras acrílicas, parecían trajes de carácter antibacteriológicos.
  La Doctora Brosky se desplazó al sector medio de la sala en donde había unos tableros de ordenadores, que poseían cuatro pantallas simultáneas y un montón de botones luminosos. Se sentó en este puesto de mando y encendió los sistemas. Desde allí controlaba todo y ordenaba a sus ayudantes, con sus intercomunicadores incorporados en los trajes:
  – Intuben al espécimen.
  Uno de los ayudantes tomó un tubo corrugado que salía de una válvula en la pared y se la introdujo en el diafragma respiratorio del delfín.
                                 
El delfín se agitó y el compañero saltó sobre él para sujetarlo, más como previamente fue maniatado no pudo resistirse a lo que le hacían. No obstante, uno de ellos tuvo la delicadeza de acariciar su morro para que se tranquilizara.
   Las señales del estado fisiológico y gráficos del delfín se reflejaban en los monitores que controlaba la Doctora Brosky. Marcaban ciclo respiratorio, frecuencia cardiaca , ondas cerebrales  y otros registros. Y así ella, podía verificar como el animal entraba en el sopor anestésico.
Mientras ocurrían estos preparativos, entraban a un palco de observación que estaba preparado con una pared vidriada hacia la sala de operación, dos militares uniformados con trajes azul marino llenos de galones. Un hombre de traje negro y corbata gris, con pinta de político y un hombre de guardapolvo blanco que hacía de anfitrión y le hacía gestos para que se acomodaran en las butacas.
Dirigiéndose al anfitrión, uno de los militares con cara ceñuda habló:  
 – Esperó que nos de una explicación, Comandante – decía mientras se quitaba la  gorra y se sentaba – ¿Que es lo que estamos por ver? Puesto que estamos financiando un proyecto de animación suspendida y el Alto Mando pide resultados.
   El de guardapolvo, hombre con la frente cuajada de arrugas, gafas y lazo de pajarita al cuello, sonrió nerviosamente y le contestó:
   – General Nelson. Señores...Trataré de ser explícito...Este proyecto lleva invertido cincuenta millones de euros...Y esa sala y todo sus aparatos que contiene, es su resultado. ¡La animación suspendida ya es una realidad!
     Los presentes sonrieron y sus semblantes daban muestra de sorpresa y aprobación. 
     Continuaba ,luego, la explicación el hombre de bata blanca que  llevaba una identificación pegado al bolsillo superior que decía: Comandante Augusto Branco.
   – La principal científica a la que debemos esto, es la Doctora Luisa Brosky...que aparte de ser ingeniera en física electrónica, es neurofisióloga. Y su proyecto final es el transplante de cerebro en la que usa la técnica de animación suspendida...Es la que esta sentada frente a las consolas dirigiendo el experimento que estamos por presenciar. El animal que está sobre la plataforma será el objeto de la prueba científica. La Dra. Brosky intentará el transplante cerebral a otro organismo sin que se produzca la muerte cerebral.
   El General Nelson se revolvió en su asiento y repreguntó:
     – Me está diciendo que le están por transplantar el cerebro de ese delfín –  dijo señalando al otro lado del vidrio – ¿a otro ejemplar...?
    El Comandante Branco metió las manos en el bolsillo y corrigió.
     – De un delfín a un cuerpo humano.
    El estupor se reflejó en todos los presentes y el ánimo cambió de inmediato.
      –  ¡Esto es inmoral!– exclamaba el político, levantando sus manos al cielo.
   El General Nelson hizo un gesto para que este se callara los demás y volvió a hablar él:
     – Mire Comandante Branco, lo que nos ha dicho es inaudito...pero deseo hacerle una pregunta que me asusta...Si al cerebro del delfín lo colocan dentro del cuerpo humano… ¿qué pasa con el humano?
    –  ¡No deben preocuparse por ello!, el cuerpo humano fue de una persona que dejó en testamento su intención de donarlo para la investigación científica. Y tuvo la desgracia de ahogarse, sufriendo “muerte cerebral”, desde entonces se mantuvo su cuerpo en condiciones con aparatos... ¡Ahora mismo está en animación suspendida!
     Al escuchar la explicación del Comandante Branco, los oyentes se tranquilizaron.
     El General Nelson se frotaba la barbilla y movía la cabeza en gesto que aprobaba la explicación.
     La Doctora Brosky seguía frente a los monitores que reflejaban sobre ella una fluorescencia azul, mientras tecleaba el ordenador para verificar cada parte del sistema, luego ordenaba:
   – Quita el tubo de la anestesia y conecta el oxígeno, Alberto. 
   El enfermero que estaba con el delfín sacó el tubo corrugado del diafragma y lo colgó. Luego, le coloco un tubo mas corto en el mismo lugar de su espiráculo respiratorio. Hecho esto, abrió una llave y se escuchó el soplar de un gas.         
   La Doctora tecleo su ordenador y la tapa del sarcófago comenzó a cerrarse y el delfín se perdió en las entrañas de la cápsula. Mientras seguía tecleando decía:
   –  Comenzamos la operación trasnfeneurocraneal.
   Luego tecleó nuevamente, y escribía:   
     Ejecutar programa de neurotransplante. 
  El ordenador le solicito la clave de acceso. Y ella lo escribió.
  Un aparato a manera de esfera metálica que gravitaba sobre la cápsula, encendió lucecitas y comenzó a descender desde un brazo mecánico del cual pendía. Bajo y se acopló a un agujero de la cápsula, correspondiente a donde se ubicaba el cráneo del delfín. Luego comenzó a rotar con pequeños movimientos en seco. Se escuchó un singular ruido de sierra eléctrica hasta que la esfera terminó por ajustarse al sarcófago.
   Simultáneamente, el Comandante Branco iba explicando a los espectadores:
    – Lo que ustedes ven bajar, es una campana de trepanación de cerebro totalmente automatizada. Posee tecnología de microcirugía computarizada. Microtaladros, micro bisturí, micro pinzas, láser, etc. Y todo sensorizado y controlado por el ordenador central de nuestra base exclusivamente diseñado para este proyecto … La cápsula está dotada del sistema de “congelación de partículas”, que es lo que mantiene los cuerpos en estado latente o de animación suspendidas. Se congela todo movimiento molecular.
   En la sala de operaciones, todo se veía en los monitores. Tanto lo que ocurría dentro de la cápsula en que estaba el delfín, como la que estaba a su lado. Se veía que al delfín se le introducía la campana perforando su cráneo. En otro de los monitores se veía un cuerpo humano. Y en los otros monitores, se reflejaba gráficos numéricos con tiempos y valores que la Doctora Brosky controlaba con un teclear a ritmo impresionante de sus dedos.
  Transcurrieron unos minutos y en una pantalla, acompañada de una voz metálica, aparecía la información:
    Fase de incisión cerebral completa.
    A la cual la Doctora escribió:
    Comenzar fase de separación e intercambio.
    El brazo mecánico empezó a elevar a la campana de trepanación de la cápsula del delfín. Igual sucedía en la cápsula del hombre, donde se elevaba una campana gemela. Cuando ambas campanas quedaron suspendidas; la que estaba en la cápsula del delfín se reacomodo en la cápsula del hombre, para descender mientras centellaban las pequeñas luces de la esfera.
    En el palco, el Comandante Branco seguía de relator:    – Ahora el cerebro del delfín será implantado en el cuerpo del donante … Y si logramos que el animal reviva, aunque sea por unos minutos, será el suceso científico más grande del siglo XXI.
          La campana se acopló a la cápsula. Y en el monitor de control se reflejaba en dibujos gráficos, como el cerebro del delfín se implantaba en el cuerpo del humano.
  La Doctora Brosky transpiraba a raudales en su frente, tras el acrílico del visor de su traje amarillo,  sobresalían sus ojos azules agrandados y bailando tras sus gafas.
   El General Nelson preguntaba por entonces:
   –  Si el experimento resulta exitoso, ¿se podrá realizar entre hombres?
   Con expresión de seguridad habló el Comandante Branco:
   – Sin ninguna duda. Se prueba con el delfín, por lo similar de tamaños entre cerebros,  como nuestro “Conejo de Indias”. Pero esto está ideado para hacerlo en los humanos. Estás maquinas se podrán ser calibradas a tal fin.
   El General repregunto:
    – Y si es tan importante como veo, ¿Por qué no se comunicó al Alto Mando de esta parte de la investigación?  
   EL Coronel Branco se puso firme y contestó con autoridad:
   – En principio, porque se me dio carta blanca en mis acciones. En segundo lugar, porque a Doctora Brosky le debemos los avances en la congelación de partículas. Ella trabajaba anteriormente en este proyecto y tuvimos que llegar a un acuerdo para que trabaje con nosotros.
   Esperó un segundo a una réplica, pero al no oírla prosiguió con su explicaciones sobre la experiencia de la otra sala:
  – Bueno, lo que sucede ahora en la cápsula es la reconexión de los haces nerviosos, y en algunos casos readaptación de estructuras cerebrales. Y algo que os puede sorprender; las suturas son con reestructura molecular.
   El Comandante Branco, se enfervorizó tanto con la explicación que gesticulaba con los brazos su explicación.
– De donde ¡No habrá cicatriz! ¡Ni interna, ni externa! Todo a partir de los avances que la Dra. Brosky que consiguió trasladarlos al campo de la neurociencia y con posibilidades incontables.
 En esos momentos, la campana trepanadora se elevaba de la cápsula. Y la Doctora seguía con su trabajo de taquígrafa a toda velocidad, sincronizando toda la operación. En una de las pantallas se veía el grafico de un hombre girando dentro la cápsula y acomodarse boca arriba.
    Luego, ella escribió con su teclado:
    Activación de la cuenta regresiva de la congelación de partículas de la cápsula hombre. Tiempo del proceso en cincuenta segundos.
    La pantalla mostró los números del tiempo transcurrido con décimas de segundos y ella se levanto de las consolas de control y fue hacia la segunda cápsula.
    Mientras se acercaba decía a sus ayudantes:
    –  ¡Muy bien, pásenme el desfibrilador!, ¡Prepárense para reanimar al paciente!
Un enfermero se acercó a la cápsula con un carro con el aparato de desfibrilación y le pasó los electrodos de aplicación a la Doctora Brosky.

                                
     El otro se encargó de encender una pantalla ubicada en la pared sobre sus cabezas; que mostraron líneas continuas, y en las que luego deberían aparecer los signos fisiológicos ahora suspendidos. En ella también se registraba la cuenta regresiva que llegó a cero.
 La cápsula se abrió suavemente dejando escapar un vapor y dentro apareció ,entre una bruma, el cuerpo desnudo de un hombre con la cabeza rapada. Su piel estaba blanco pálido, de físico proporcionado y unos veinticinco años de edad aproximadamente. En él, no se apreciaba ninguna herida o cicatriz de la reciente intervención. Solo que llevaba adosado una cantidad de electrodos en pecho y en la sien. 
   Los ayudantes le colocaron una máscara de oxígeno. La Doctora Brosky untó un gel en las terminales del desfibrilador y luego los aplicó en el pecho del hombre dándole una estruendosa descarga eléctrica que convulsionó todo el cuerpo. Los paneles no mostraban ningún cambio. Repitieron la operación mientras todos se impacientaban.
      La Doctora decía:
   – ¡Vamos!¡Responde!...Aumente la potencia un punto más.
     Otra vez la descarga eléctrica retumbo sobre el cuerpo del paciente, y este convulsionó nuevamente, pero al relajarse, los paneles ya mostraban actividad cardiaca y respiratoria.
   La Doctora se sacó intempestivamente la capucha, y corrió a los paneles de control. Pulsó un botón del teclado y apareció la grafica del encefalograma del cerebro del delfín, oscilando con actividad dentro del cuerpo humano.
  El rostro de la Doctora Brosky se coronó de una gran sonrisa y elevó sus brazos con los pulgares en alto mientras miraba al palco, porque sabía que la observaban. Y luego fue hacía sus ayudantes y les estrechó las manos efusivamente.
  Tras los cristales, aplausos aprobatorios que la Doctora observó, pero no escuchaba por hermeticidad de la sala. Pero por dentro era el día más feliz de su vida, aunque no sabía que un día lo deploraría. Ella termino de dar órdenes a sus colaboradores y salió de la sala.
  Luego de quince minutos el grupo de observadores encontraron a la Doctora Brosky, que caminaba por el pasillo y ya se había cambiado el atuendo por una bata blanca que resaltaba  su cabello rubio y sus rasgos femeninos.
   El Comandante Branco se adelantó al grupo y se estrechó en un abrazo con la Doctora, mientras le decía:
    –  ¡Luisa, lo conseguiste! ¡Sabía que lo conseguirías!
    El General Nelson se acercó e interrumpió el momento con la mano extendida y más seriedad:
   – ¡Felicitaciones, Doctora! Muy impresionante su intervención...Daré un informe satisfactorio al Alto Mando...Cuando esté menos ocupada debemos charlar.
   La Doctora estrechó su mano y le contestó:
  – Gracias...Ahora voy a la unidad de cuidados intensivos a ver al nuevo paciente... Pensamos que sobreviva solamente unas horas, pero en cualquier caso necesito presupuesto sin restricción.
   –  ¡Por supuesto, lo tiene!
    Entonces la Doctora prosiguió su marcha a paso veloz.
    En la Unidad de Cuidados Intensivos, el delfín-hombre se encontraba acostado en una cama cromada con bárrales laterales y conectado a un respirador artificial, con múltiples electrodos para recabar toda la información de sus funciones vitales. Con él se encontraba un enfermero que estuvo en la sala de operación, de nombre Alberto. Ya se había cambiado de indumentaria, y ante la vista nadie creería que era el mismo que parecía gordo con el traje amarillo y ahora la chaqueta de enfermero, tan flaco, que parecía tísico ante la luz blanca de iluminación de los fluorescentes.
   La Doctora entró al cuarto y se acerco a la cama de su paciente. Y sacando un estetoscopio del bolsillo de su bata, se lo colocó y lo auscultó. Luego preguntó a su ayudante:
   – Alberto, ¿has colocado cortisona al plasma?
   – Sí...Con 20 gotas por minuto. Tiene la presión normal, 70-120; ritmo cardiaco estable, 60 latidos por minuto; y el electroencefalograma activo.
   Las lecturas eran más normales de lo que se podía esperar. Y eso era preocupante, pues tarde o temprano debía presentar diferencias y reacciones no bien definidas que les servirían de estudio. Así que la Doctora Brosky recomendó:
   – Tendremos que estar alerta las próximas 24 horas. Son ahora las 11:45 AM. Yo cubriré la primera guardia de seis horas, luego continuaras tú. Ahora déjame sola, pero activa tu localizador de llamadas. ¿Vale?
   – Vale.
   Alberto era el ayudante más afín a los estudios de la Doctora Luisa Brosky. Fue alumno de ella en la facultad de medicina en la cátedra de neurología experimental. Ella era su ídolo y estaba orgulloso de haber sido elegido para ser su ayudante. Aunque la oposición fue difícil el siempre confió en que lo lograría y así fue. Ahora estaba a su lado compartiendo su felicidad. 
   A solas con su paciente, la Doctora estaba pendiente de sus reacciones fisiológicas y lo examinaba a cada momento. Miraba sus pupilas, auscultaba su respiración, movía su mano. Luego anotaba todo en su base de datos del ordenador.
   En realidad, ella sólo esperaba el momento del desenlace fatal. Y estar allí, para contemplarlo todo y así poder analizarlo. Todo ello sin involucrarse sentimentalmente con el delfín o el cuerpo humano que estaba ante sus ojos.
   Las horas pasaron sin grandes cambios y Alberto volvió para relevarla:
   – Doctora, a habido algún cambio.
   – Ninguno significativo, se mantiene estable. Te dejaré que le administres los medicamentos y que me llames al menor cambio por pequeño que sea.
    Intercambiaron una pequeña charla y luego la Doctora Brosky fue a descansar en su chalet individual, que estaba adosado al edificio principal. Que a igual que la de otro personal que trabajaban allí le permitía desplazarse a ellos en pocos  minutos .
    A las 10:00 PM. fue citada con el grupo de observadores en el salón de conferencias del edificio. Y allí estuvo puntual la Doctora que se reunió con ellos e intercambiaron saludos y felicitaciones hacia su persona. Todos los presentes se sentaron ante una larga mesa y el Comandante Branco abrió la charla:
   – Como ya vosotros sabéis, la responsable y creadora de la “Animación Suspendida por Congelación de Partículas”, ASCOP, es mi estimada Doctora Luisa Brosky. 
   Todos la miraron con simpatía y dieron palmadas, luego el Comandante Branco prosiguió:
  – Cuando le solicité formar parte del equipo para la investigación de este proyecto, ella trabajaba de forma particular en el tema. Con el objetivo de crear sus máquinas para el transplante de cerebros. Si bien nosotros perseguimos la “Animación Suspendida” para los viajes espaciales, me pareció excelente usar el invento a otras aplicaciones. Ella aceptó trabajar con nosotros a cambio que le dejáramos trabajar simultáneamente con sus máquinas de transplante. Cosa que yo acepté... Lo que vieron hoy, es el fruto de su trabajo y nuestro apoyo.
 Entonces intervino el General Nelson:
 –  ¡Vuelvo a felicitarlo Comandante Branco por su visión con la Doctora Luisa Brosky!... ¡Y a usted Doctora le diré que nos ha impresionado! ¡Le diré que su trabajo es estupendo!...  Pero le debo solicitarle los informes, datos y fórmulas de cómo lo habéis logrado.
   La Doctora Brosky contestó:
   – Llevo años investigando en este proyecto, y trabajo con metodología científica. No doy conclusiones hasta que esté probado la teoría con un experimento repetible.
  Dicho lo cual, levantó una carpeta y la arrojó al centro de la mesa y prosiguió.
  – Aquí está el informe sobre la “Animación Suspendida”con todos los datos y formulas que nos han llevado a desarrollarlo. El experimento que habéis presenciado es el corolario de este, pero el principio de mi técnica para el transplante de cerebro. La cual no está desarrollada en este informe.
   Los dos militares y el político se revolvieron en sus asientos, e intercambiaron miradas de desconcierto. Para finalmente mirar al General Nelson, que lógicamente habló:
   – ¿Quiere decir que no nos da detalles de las máquinas para transplantes en el informe?
  La Doctora Brosky se mostraba confiada y contestaba sin inmutarse:
  –  ¡Efectivamente!... Todo a su debido tiempo...todavía esta fase de experimentación no ha concluido, necesito más tiempo y el apoyo vuestro. No obstante el objetivo prioritario por el cual fui convocada, ha sido logrado... ¿No es cierto?
 – Cierto. Tiene mi apoyo y pida lo que fuere necesario para concluir sus experimentos –  concluyó el General.
   Todos asintieron y sonrieron de satisfacción. Luego cuchichearon entre ellos y pronto acordaron que se sentían satisfechos,  dejándola proseguir con su trabajo.
   Para luego conversar sobre detalles técnicos con el grupo, como la posibilidad de dormir a un hombre en una nave espacial, por espacios de mas de tres años de viaje en el espacio, permitirían alcanzar al planeta Marte sin deterioro físico y aún seguir navegando hacia el resto de planetas y aún el Universo. Luego de tan excitantes charlas, se retiraron todos muy contentos y dejaron a solas al Comandante Branco y la Doctora Luisa. Este le dijo:
   – Luisa, esperó que aceptes una copa para brindar por tus logros.
  Se fue a la habitación contigua y trajo tirando, una mesita con ruedas preparada con un cubo de hielo con una botella de Champagne bien helado.
   – Tu éxito es mi éxito, Luisa.
  La Doctora tenía mucho apreció al viejo Comandante que siempre la trató con deferencia de científico y la gala de un caballero. Y le contestaba:
   –  ¡Así es! Y brindo por el apoyo que me das y la confianza que has tenido.
   Mientras saboreaban de sus copas, el Comandante le decía:
  – Los has manejado a la perfección. Y te aprobarán el presupuesto que necesites. Salud.
  – Basta de halagos que me vas a acalorar...
 – La verdad que si no estuviera felizmente casado por más de 41 años, te elegiría a ti.
   Ella sonreía y se centraba:
   –  La primera fase está concluida. Y la segunda se las daré, en cuanto tenga todos los datos. No pude dejar la posibilidad de que el Alto Mando se adueñara de mi proyecto hasta llegar al fin.
   El Comandante la miraba tras su piel ajada, pero hoy con sus arrugas sonrientes le decía:
  – Eres una mujer precavida...y sabia. Ahora dime cual es el próximo paso.
  Ella puso su mano izquierda sobre el corazón y sinceramente se expresó:
  – No lo sé. Supongo que lo sabré una vez que el espécimen muera...Por cierto, es casi la hora que debo verlo.
   El Cmte Branco entonces la despidió:
    –  ¿Que esperas? Vete. Estás más ansiosa que una colegiala esperando a un chico...Ve.
   Ella salió hacia la unidad de cuidados intensivos. Sabia que el Comandante Branco también pasaría por allí más tarde, pues la curiosidad de los científicos es la mayor del mundo.
    Eran las 11:45 PM cuando entró a la unidad.

    Alberto, el enfermero, estaba anotando cifras en una pizarra que colgó al pie de la cama del delfín-hombre. Al verla, saludo a la Doctora , y comenzó a darle el parte:
    – Todo ha sido muy estable, salvo una pequeña febrícula, que bajé con paños fríos.
    Se le administró la azatioprima ,que usted dejo encargada, para evitar el rechazo.
    La Doctora tomo la pizarra del pié de la cama y lo repasó de un vistazo...luego miró al único paciente de la unidad. Este reposaba con la mascarilla de oxígeno en  la cama, el pecho desnudo lleno de electrodos y solo cubierto con un taparrabos.                                                                                                                         
    La Doctora Brosky comentó a Alberto:
    – Es extraño que aún sobreviva el espécimen... Si bien nos aplicamos en estudiar todos sus vías nerviosas , neuroconexiones de músculos y nervios equivalentes. Y cotejamos la información con el ordenador de cientos de tomografías de cerebros de delfines con los humanos. Y a pesar de que le administramos medicamentos contra el rechazo de órganos, no concibo la posibilidad de que sobreviva, es más, no entiendo porqué todavía sigue vivo.
   Pero Alberto sugería algo razonable:
  – Cabe la posibilidad de que el delfín este luchando por sobrevivir… De todos modos, mejor que esté ocurriendo así.
  – Sabes, Alberto, a veces tienes mas tino que yo –  y le dirigió una mirada de simpatía, para luego despedirlo –  Bueno. Vete a descansar que ahora me ocupo de hacer guardia. ¿Vale?
   Ya a solas, ella observaba a su paciente y estaba pendiente de cada respiración que le hacía dar la máquina. 
   El cuerpo inerte de este hombre que se prestó a que realicen pruebas, no habrá imaginado nunca que sería el receptor de un cerebro de delfín.
  Ella vigilaba cada palmo de su cuerpo; el cráneo rapado no presentaba marcas visibles. Sus ojos, cuando los observaba con una linterna se encontraban dilatados, no hablaban de que hubiera conciencia. Los miembros se encontraban flácidos y no ofrecían resistencia alguna cuando la Doctora los exploraba o los movilizaba cada cierto tiempo.
   Le estaba moviendo el brazo, cuando ella le habló a su paciente:
  – Mira amigo, tienes garra para aferrarte a la vida, que me causas admiración...Te prometo acompañarte a donde tú quieras, y te prometo no hacerte más daño del que te hice.
   Y tocándole el brazo sintió la piel de su paciente extremadamente caliente.
   –  ¡Pero si te estás quemando!
   Colocó rápidamente un termómetro en su axila y fue corriendo por paños mojados que aplicó por todo su cuerpo. El termómetro marcaba 40 grados o no funcionaba aquello. 
  Corrió nuevamente hasta una nevera y buscó unas bolsa de cubitos de hielo que ella se lo distribuía a lo largo de todo el cuerpo que había superado los 40 grados. Y solo así se contuvo la subida de temperatura corporal.
  Por fin, tras 15 minutos de corridas, la temperatura del paciente descendía a los 36 grados y la Doctora suspiraba. Otra vez la calma reinaba.
   Pasó la hora y fueron las 3:00 AM, cuando la Doctora Brosky se hallaba escribiendo en el ordenador sus observaciones. El plasma seguía su goteo cronométrico, el sonido profundo del respirador llenaba la noche y se mezclaba con el “vit” del electrocardiógrafo que mostraba ondas de actividad cardiaca.
   De pronto, los sonidos cambiaron y se aceleraron en frecuencia.

    La Doctora se levantó del ordenador y caminó lentamente hacía su paciente pero agudizando  su vista hacia él. Algo estaba pasando.
    Las venas y arterias del cuerpo del paciente comenzaron a henchirse desde el tórax en dirección a los miembros, como una ola de fuerza descomunal que nacía en el corazón y por la sangre que era empujada por él que se iban inflando, pareciendo que estaban por estallarle                     
La Doctora Brosky volvió sobre sus pasos y marcó una clave en el teléfono para solicitar ayuda. Después corrió hacía la cama y tomó la pizarra para anotar los valores que registraban los monitores, pero todos estaban fluctuando como locos.    Y los cambios se sucedían en el paciente; todo su cuerpo comenzó a hincharse, sus músculos empezaban a sobresalir como un bote neumático inflado por compresor. Sus hombros, bíceps y pectorales se agrandaron tanto que hicieron trizas el termómetro que la Doctora había dejado en la axila para luego controlar. Los abdominales rectos y oblicuos, saltaron como cuerda tensa. 
La piel parecía trasparentarse y  dejaron aflorar los poderosos cuadriceps, y así mismo todas las fibras del resto de su musculatura se marcaban. 

Entraron  corriendo a la unidad, el Comandante Branco y Alberto. En el mismo momento que el paciente convulsionaba con movimientos de sacudidas de todos sus miembros y sus  ojos abiertos que giraban para arriba. Inmediatamente,  ellos se precipitaron a sostenerlo, para que no se desconectara de los aparatos ni del plasma.
El Comandante gritaba:
  –  ¡Luisa, trae algo para atarlo!
   Ella sacó unas vendas del armario y corriendo ato el brazo derecho al barral de la cama, mientras el Comandante Branco hacía fuerza, sosteniéndoselo. No hubo igual suerte con el brazo izquierdo, que era sostenido por Alberto, pues ante un manotazo que dio el paciente, Alberto fue arrojado por encima de la cama yendo a caer unos cuantos metros mas adelante en el suelo y estrellarse a los pies de un ordenador.
   La Doctora Brosky siguió para ver como estaba su ayudante, mientras el Comandante Branco rodeaba la cama para buscar al brazo izquierdo, aunque tarde para evitar que se quitase la mascara o los electrodos. Y cuando el Comandante luchaba por sujetar el brazo. Así como comenzó, así dejo de convulsionar y hacer fuerza de repente.
   Alberto se incorporaba con ayuda de la Doctora Brosky y preguntaba:
  –  ¿Que es lo que pasó?
   Luisa palmeo al caído y fue hacia la cama del paciente donde el Comandante Branco, parado escudriñaba todo el entorno y advertía:
  –  ¡Tú paciente está respirando por sí mismo…! ¡Se ha desconectado del respirador!
   La Doctora se agarró al barral de la cama y lo observó de arriba abajo. Lo que veía no correspondía al cuerpo del hombre sobre el cual ella hacía el estudio. Parecía otro. Se asemejaba al de un gimnasta de culturismo tras años de entrenamiento. De lo cual teorizó:
   – Puede ser que las uniones neuronales hallan tardado unas horas en alcanzar su grado normal de transmisión de los impulsos nerviosos. Por lo tanto, lo que ha pasado es el cambio del tono muscular que tenía el cuerpo humano al del delfín, que por supuesto lo tiene mayor. Mayor masa muscular por resistencia acuática.                                                                                                                        
   Alberto escuchaba a la Doctora, mientras aprovechaba a observar los ojos del paciente, abriéndole los párpados y viendo la reacción de sus pupilas. Y cuando está terminaba de hablar, él alertó:
   – Tiene razón Doctora, el paciente tiene reacción pupilar.
  –  ¡¿Qué!?– Fue una gran sorpresa para el Comandante Branco.
   La Doctora Brosky comprobó personalmente lo que dijo su ayudante y concluía su examen con un: 
  – ¡En verdad que este ser se aferra a la vida!
   El Comandante Branco un poco confundido ante el giro del experimento, preguntaba:
   – Entonces, ¿qué haremos Luisa?
   Y ella con mirada sería y seguridad decía:
 – ¡Seguir hasta el final!