sábado, 25 de enero de 2014

Capítulo 1


Los rayos del sol naciente, anaranjeaban el horizonte de un mar calmo. De esos amaneceres que  extasían con la belleza del clarear del alba y el despertar del sol, en la unión del cielo y el mar. Mientras cruza la imagen una potente lancha de pesca que recorría lentamente el espejo de agua, navegando a baja velocidad.                                                                                                                                
   Los marinos se desplazaban en la cubierta, cada cual cumpliendo su labor, con rostro serios que revelan la concentración de que todos estaban envueltos para que todo salga bien. No había bromas, ni sonrisas.
El capitán al timón de su nave, “La Piedad”, estaba pendiente de la radio con el trasmisor abierto. Tras sus gafas espejadas vigilaba que todo se hiciese según sus órdenes. Su piel estaba cobriza y seca de tantos años de exponerse a los rayos de sol de mar del Atlántico.
   No sabía el por que de tantas especificaciones para atrapar un ejemplar de delfín, pero eso no le incumbía. Solo le importaba que le pagaran bien,  eso lo sacaría del apuro económico en que es encontraba y no perdería su preciosa lancha.
   El tiempo pasaba lentamente; y más para el Capitán que por dentro estaba ansioso esperando la llamada que le diera la ansiada señal afirmativa. Esto lo obligaba a tener lo que todo pescador ha de tener; paciencia.
   De pronto la radio sonó:
   – ¡Aquí “Zorro del Aire” a nave “La Piedad”! , cambio.
   El Capitán tomó el micrófono de un zarpazo, y respondió con su voz ronca:
    – Aquí “La Piedad” contestando. Informa, Carlos. ¿Tenéis ya las coordenadas? Cambio.
   Carlos era el piloto del aeródromo de la isla, colaboraba en todas las búsquedas de salvamento, de turismo y localización que se hacían en la zona. Conocía desde hace tiempo al Capitán y lo respetaba por lo profesional que era. Manejaba un Piper Comanche con tren de aterrizaje con flotadores; y desde allí le contestaba:
  – Creó que sí. Tengo a la vista una manada que encuadra con la descripción.  Se encuentran a una hora de vosotros.
   – Muy bien Carlos, cerciórate. Recuerda que si nos equivocamos no habrá paga para nadie. Cambio.
   – Correcto. Dentro de un momento se lo confirmo, Capitán. Cambio y fuera.
   El Piper que pilotaba Carlos, lo tenía volando estabilizado a 300 metros de altura, con lo cual vigilaba un gran sector. Para comprobar las especificaciones debía descender, ya que solo se apreciaba las siluetas y la manera inconfundible de desplazarse de los cetáceos. Empujó el manubrio de mandos y el avión empezó a descender con un amplio círculo de vuelo ladeando el ala y acercándose hacia la superficie del mar.
   Su mente se adelantaba a repasar los detalles específicos que le dieron de la manada que debía localizar:
    …Son cuatro delfines sopladores, uno de los cuales es una cría… La mejor referencia para la localización desde el aire. Pues que dijeran que dos son machos y una hembra, no sirve de mucho a alguien que no es experto. Él se decía que no los distinguiría unos de otros, aunque los tuviese a los pies. Y que poco le valía los datos mas superfluos que le dieron, como que el mayor tiene una mancha blanca en la aleta dorsal y cicatrices en su lomo, que el otro más pequeño, tiene cortada la aleta caudal, como si hubiera escapado entre los dientes de un tiburón. Si le valía, saber que son los más grandes dentro de la familia de delfínidos, y que eso mejoraba la posibilidad de apreciación.
   La manada se desplazaba nadando sincronizadamente en busca de alimentos. Hasta ese instante no se habían hecho ningún cambio en su ritmo de desplazamiento, pero al momento de sentir el rugir del avión aproximarse, se inquietaron y nadaron con mayor velocidad.
   El avión hizo un vuelo rasante al agua desde el Este; para que el sol no le dificulte la visión a Carlos pero sí a los cetáceos. Luego se elevó otra vez ladeando el aparato y dando todo un giro de trescientos ochenta grados, volvió entonces desde la retaguardia para colocarse en paralelo a ellos. Así se dio cuenta, que efectivamente, uno de los integrantes era una cría. El cual nadaba con la misma perfección que los mayores.

   Carlos se decía:
   …Es increíble pensar que estos animales no son peces… Pero lo mejor es que son los que busco.
   La radio de “La piedad” volvió a receptar con claridad.
   – Aquí “Zorro del Aire” a nave pesquera. Cambio.
   El Capitán al instante devolvía la llamada.
   – Si, Carlos … Tienes la confirmación del objetivo. Cambio.
   – Confirmado. Vuestro objetivo se encuentra al sureste de su localización. En coordenadas 30º  27`Lat. Norte, 15º long Oeste. Cambio.
   Satisfecho por la información, el Capitán le respondía:
  – Muy bien Carlos, tu misión ya está cumplida. Ahora nos toca a nosotros. Cambio. 
  – Bien, me retiro de la zona. Y le deseo buena pesca, Capitán. Cambio y fuera.
   El avión viró y comenzó a ascender para volver al aeródromo.
   El capitán giró su cabeza hacia los marineros y les gritó:
   –  ¡Muchachos! ¡Preparados que vamos a faenar!
   Luego tiró hacia atrás del acelerador de la lancha, que respondía con un gran rugir acompañado del bullir de las aguas en las hélices.
   Un marino entró en la cabina y se dirigió a coger unos prismáticos. Era Fredy, el vigía de la nave.
   – Capitán. ¿Cuánto tiempo tenemos para avistarlos?
   – Estése preparado en 40 minutos. Ya sabéis que el sonar no sirve viajando a está velocidad.
   – Lo sé, Capitán. La mejor tecnología son mis ojos, junto a su olfato de viejo lobo de mar.
   – Saca lo de viejo. Y mantente atento cuando los veas, pues en el momento de que se den cuenta que vamos tras de ellos, seguro que tratarán de complicarnos la faena.
   Aparte del Capitán y Fredy, cuatro marineros se movían sobre la cubierta en medio de un vendaval generado por la velocidad a la que se desplazaban. Todos eran ágiles y expertos pescadores, que se movían con estabilidad a pesar del vaivén y los resaltos de lancha.
   Uno se estaba vistiendo con un traje de buceo de neopreno, otro revisaba la malla de una red, otro estaba bajo cubierta revisando los motores. Y el último, llevaba una caja negra hacia la proa.
   Fredy, que sabía que aún le quedaba unos minutos de espera, le preguntó al Capitán, detalles que intrigaban en su mente acerca de su caza:
   – Capitán, ¿Quién es esa mujer que nos ha contratado?
   – Realmente no estoy enterado. Solo se que el Banco me ha dado fe de que está en posibilidad de pagar. Se presentó como bióloga marina… Tal vez, pertenezca al acuario de la isla.
   Fredy le respondió con seguridad:
   – No, Capitán. Yo conozco a todos los que allí trabajan, y nunca la vi o escuche comentarios sobre una nueva bióloga.
      El Capitán  tenía la vista hacia la proa de la nave y le contestaba sin mirarlo:
   – Bueno. A mí nada más me importa que podamos entregar el encargo y que pague.
   – En eso jefe, usted tiene la razón del mundo.
    Y el Capitán sin hablar, hizo un gesto de silencio con el índice y luego levanto su brazo indicando que ya era hora de dejar de hablar, y que subiera al atalaya de la lancha.
   En proa, el marino de la maleta negra, la apoyó en la cubierta y la abrió destrabando dos cerraduras cromadas. En ella se escondían las partes de un rifle cuidadosamente guardado, cual instrumento musical de un concertista, y presentado en exquisito orden. Había dos pequeñas bombonas de bronce, el cañón, la culata, la mira telescópica y una serie de dardos con penachos.
Éste fue tomando las partes y ensamblándolas, hasta que estuvo listo un rifle de gas comprimido. Por último, fue cargando los dardos y luego se quedo sentado en una butaca con apariencia de ser el hombre más tranquilo de la tripulación.      
   Habían pasado más de tres cuartos de hora y Fredy, pegado a sus binoculares, escudriñaba el horizonte.
   El sol daba en ocasiones de frente, a no ser por el diestro Capitán que llevaba la nave zigzagueando para atenuar los efectos de los reflejos y acompañar la labor de Fredy. Los binoculares eran de última generación, tenían filtros y aumentos digitales, que a veces no eran suficientes ante los refulgores de un sol que ha aumentado su intensidad debido a la disminución de la capa de ozono.

    De pronto, aparecieron a la vista de Fredy, cuatro aletas asomando a flor de agua. Tomó el intercomunicador, y habló a la cabina:
   – Capitán, ¡Los delfines! Se encuentran a diez grados a estribor.
     Éste inmediatamente giro el timón en la dirección recibida, enfilando hacia ellos. La manada se hallaba nadando lentamente pero al instante de sentir el cambio de la embarcación, ellos imprimieron más velocidad a sus cuerpos. Ellos que suelen acercarse a embarcaciones para curiosear o jugar, ahora se sentían nerviosos o precavidos.
     El Capitán tomó el micrófono de un altoparlante y habló al tirador de popa que se ubique en posición. Éste levanto el rifle y lo acomodó a la baranda, parapetado con el ojo en la mira.

     Nadando con ímpetu, los delfines se transformaron en verdaderos torpedos vivos, en el cual todos los miembros de la manada huían con la desesperación de sentirse presa. El delfín de mayor tamaño dirigía al resto, nadando por delante del grupo, unos metros.
     La lancha pesquera cortaba el agua como un arado y los seguía como un misil inteligente. La proa era como una mira en manos del Capitán.
    Ya navegaban en paralelo a la manada. 
    La mira del tirador ya se centraba sobre el delfín mayor. Este hombre casi ni pestañaba para no perder detalle, y su cuerpo se acomodaba instintivamente al vaivén de la nave . Su dedo ya empezaba a ceñirse sobre el gatillo. Pero, ¡OH sorpresa!, los delfines se sumergieron y no reaparecieron más.
   Todos los tripulantes de la nave estiraron sus cuellos y atisbaban a ver si los veían.
   Fredy desde su torre de observación apretaba sus labios y después exclamó:
  –  ¡Me lleve el diablo!
   Inmediatamente se puso a escudriñar el ancho océano a igual que todos los demás, pero con el doble de responsabilidad. Pasaron 5 minutos sin que ninguno apareciera.
    A lo que el Capitán disminuyó los motores de “La Piedad” y conectó el sonar, que casi inmediatamente dibujó a los integrantes de la manada a unos doscientos metros tras la popa.
   Rabioso el Capitán exclamó:
   – ¡Los desgraciados me querían fastidiar!, ¡Ya lo veremos!
    Por el altavoz avisaba al resto de su tripulación que la presa se encontraba atrás de ellos, mientras ponía en marcha los motores y  girando se lanzaba nuevamente a perseguirlos.
   Tardaron unos segundos en reacomodarse a la nueva situación, pero la lancha tenía potencia de sobra. La manada reaparecía al sentirse descubiertos y volvía a ser alcanzada a pesar de que maniobraron haciendo giros y cambios de dirección. Pero la lancha les seguía las aletas; implacable.
   De repente, los delfines usaron la misma táctica de desaparecer bajo el mar.
  Y ya conociendo este modo de actuar, el Capitán desaceleró, apagó los motores y encendió el sonar.
  Esta vez, estaban delante de la nave. Casi quietos en la profundidad, reunidos en ronda, como en coloquio familiar.
  El Capitán observaba la pantalla del sonar cuando el grupo se dividió, uno yendo hacia delante y los otros en inmersión hacia atrás.
  El Capitán aviso a sus marineros de este movimiento, y que tratasen de identificar al macho mayor, haber por donde aparecía. Aunque no hizo ninguna falta, pues a proa y con gran estruendo, salía de las profundidades saltando el brioso delfín .Y mientras evolucionaba en el aire daba un chillido, hacia una voltereta cayendo con gran estrépito al mar y levantando una cortina de agua; para después lanzarse a nadar velozmente. Era como una invitación a que lo siguiesen.
  La lancha volvía a rugir y enfilaba tras el cetáceo macho, que por momentos daba la impresión de inalcanzable. 
Todos se olvidaron del resto de la manada, excepto el Capitán que murmuraba para sí:
– Cierto es, que eres inteligente, proteges a tú familia… ¿no? Pero tú no te 
   me escapas.
Pronto, nave y delfín estuvieron codo a codo. En una loca carrera sin meta.          
  El tirador esta vez lo tenía en la mira; y apretó el gatillo sin mas.
  El dardo disparado se le clavó en la raíz de la aleta dorsal. Y un estremecimiento corrió por la piel del animal, que girando su dirección fue rebasado por la lancha pesquera y pronto desaceleró su manera de nadar.
  Fredy llamo a la cabina y anunció:
 –  ¡Vuelva Capitán!, ¡Ya lo tenemos!
   Cuando la lancha regresó hasta donde el delfín. Este nadaba lentamente, el tranquilizante hizo su trabajo en el animal que encontraba soporizado.
   El buzo se terminó de vestir ajustándose las antiparras con tubo, y se arrojó al mar, casi al mismo tiempo que una red caía de la lancha al delfín. El buzo se sumergió en las cristalinas aguas azules en busca de los extremos de la red, que terminaba en cuatro argollas. Y que uniéndolas a todas las enganchó al gancho de 
                                                                      
la grúa de la lancha; en medio de un millón de burbujas que cada vez más dificultaban su labor. Luego emergió y agitó su brazo sobre el agua, en señal para que eleven al delfín. Lo subieron con cuidado a la embarcación y lo depositaron sobre una camilla de lona, que se adaptaba a la forma del delfín. Para luego quitar la malla de la red.
   El cetáceo apresado emitía un silbido casi imperceptible. Tal vez se despedía de su familia o se preguntaba: ¿por qué?
    El Capitán se acercó a sus pescadores que atendían a la presa y le llamó la atención brillo sobre este. Era una placa metálica que tenía prendida a su aleta dorsal, a lo que dijo el Capitán:
  – Parece que a nuestro amigo no es la primera vez que lo capturan.
   Y Fredy que estaba a cerca , razonó:
  – Por eso se apartó de la manada. ¿No es cierto?
   – Sí, es cierto. Sabia que íbamos por él...Bueno, es hora de entregar nuestra pesca. Vamos a casa.
   Dicho esto el Capitán volvió a su cabina y encendió los motores. La tripulación guardaba sus redes ,  se ocupaban de fijar los extremos de la grúas y bárrales. También se ocuparon de cubrir con mantas al delfín y tirarle baldes de agua para hidratarlo y evitar que los rayos del sol lo maten o causase daños en su piel. Todos se encaraban de esto, y más de uno se fotografió a su lado, orgulloso cual trofeo de caza.
   Atrás quedaba la familia delfín lanzando tristes chillidos, que retumbaron a cientos de millas, pero que los humanos no oyeron; mientras la nave se alejaba.
     Ya en puerto, atracaron asegurando las amarras de la embarcación y bajaron el puente.
     Abajo ,en el muelle,  esperaba una ambulancia con sus luces parpadeando. Del que se apearon dos hombres vestidos de blanco, como enfermeros, y una mujer rubia de traje azul con zapatos de charol negros y  con  unas gafas oscuras. Ella parecía ser la jefa. 
   En la cubierta de la nave, el delfín salía de su letargo, pues su válvula respiratoria se movía más deprisa, por lo cual el efecto del tranquilizante se advertía que cedía. Le seguían remojando mantas húmedas sobre su cuerpo, con lo cual lo tenían bien fresco y a salvo del sol.
   El Capitán bajo al muelle y se entrevistó con la mujer. Y le dijo:
   – Le tenemos el encargo, Doctora. Espero que me tenga preparado el cheque con la cantidad que acordamos – mientras se quitaba las gafas espejadas y las guardaba en el bolsillo superior de su camisa.
    La mujer respondía:
   – Primero debo ver al ejemplar que ha traído – y dirigiéndose a los enfermeros que le acompañaban, ordenó:
   –  ¡Por favor, muchachos, ayuden a bajar al delfín!
     Y los enfermeros subieron a la nave y en conjunto a dos marineros alzaron la camilla, en la que reposaba el delfín.
    –  ¡Fuerza!– dirigía Fredy – ¡Muévanlo despacio!
La camilla fue calzada en un soporte con ruedas que permitieron transportar con mayor facilidad al cetáceo, que superaba los doscientos kilos. Lo bajaron por la rambla hasta donde se encontraba la mujer. Esta se acercó al borde de la camilla y lo observo bien. Lo estudio detenidamente al delfín, de piel suave brilloso en gris azulado que dejaba entrever su poderosa musculatura. De ojos grandes, negros y saltones que refulgían en su cabeza fusiforme y la característica extraña sonrisa de esta especie de animal.
    Por fin y mirando a la placa metálica de identificación dijo:
    –  ¡Hola amigo! Nos volvemos a encontrar.
   La Doctora Luisa Brosky acarició la cabeza del ejemplar. Ella no era Bióloga marina, como pensó el Capitán, sino una Científica Neuróloga. Y prefería mantenerlo así y no dar más explicaciones, al estar implicada en proyectos secretos del Gobierno. Así que ya era tiempo de concluir con su trato y le dijo a su interlocutor:
– Magnífico Capitán, aquí tiene su cheque … Me llevo el ejemplar.
    Solo los ojos del Capitán expresaron un instante de satisfacción en la lectura que luego levanto su brazo enseñándolo a su tripulación.
    Al delfín lo introdujeron dentro la parte posterior de la ambulancia plegando las patas de la camilla y cerraron sus puertas.
   La Dra. Brosky  saco del bolsillo de su saco azul un móvil por el cual llamó y habló con alguien. Luego subió a la cabina de la ambulancia y partieron rápidamente con la sirena encendida. 



                                

                                


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